Igualdad

Cómo contribuí a que la cesta punta fuera también femenina

Hasta hace 25 años las chicas no jugaban al deporte de pelota más rápido del mundo, la cesta punta. Yo tengo el honor de haber contribuido a detonar una espectacular transición hacia la paridad total en este minoritario deporte en Barcelona. Y además tengo la suerte de pertenecer a una familia de pelotaris de estirpe que lo están haciendo posible.

 

Un deporte que era sólo para hombres

Desde que tengo uso de razón los domingos por la mañana solían estar fagocitados por los partidos de cesta punta a los que mi padre nos llevaba. Aunque no eran la panacea, me lo solía pasar bastante bien, porque el recinto del frontón del Principal Palacio, en las Ramblas de Barcelona (hoy cerrado al público por obra y gracia del grupo Balañá), era una delicia para unos niños aburridos. Disponía de 3 plantas, mucha luz natural que entraba gracias a una inteligente claraboya gigante (que, por cierto, ahorraba muchísima energía en contraposición con el flamante frontón de la Vall d’Hebron construido para los Juegos Olímpicos) con gradas llenas de pequeños asientos plegables de madera, y lleno de recovecos que convertíamos en zonas juego improvisado mientras los adultos competían.

Frontón Jai Alai Palacio, en las Ramblas de Barcelona

Frontón Jai Alai Palacio, en las Ramblas de Barcelona

Pero poco a poco mis compañeros de aventuras, hijos de otros pelotaris, empezaron a tener más interés por el juego de la cancha que por mis entretenidas propuestas de fantasía ya que uno a uno fueron teniendo acceso al aprendizaje de un deporte que nunca nadie me invitó a probar. Porque en ese momento a nadie se le ocurrió. Porque yo era una  chica y las chicas no jugaban a cesta.

 

El clic inconformista que cambió el rumbo de las cosas

El tiempo fue pasando y la cesta punta seguía siendo el deporte de los hombres de mi familia por excelencia. Mi padre y sus hermanos, al igual que sus hijos, que ya habían crecido, continuaban jugando torneos. Yo me dediqué al baloncesto, mis primas Gina y Laura a la gimnasia, y las 3 asistíamos puntualmente, esta vez de forma voluntaria e independiente, a campeonatos de distinta índole.

Hasta que una tarde del mes de febrero del 1995, en una reunión familiar, alguien se puso a enumerar de manera inocente el número de Pedragosas que practicaban la pelota vasca en Barcelona. Un total de 9. Y yo, la primogénita de la saga (debía haber ostentado el número 5), no estaba entre ellos.

¿Cómo era posible que en ningún momento de mi vida nadie me hubiera ofrecido calzarme una cesta y probar?

Es posible que fuera un halo de rebeldía o inconformismo propio de la juventud, pero me invadió una mastodóntica explosión de rabia ante una evidente injusticia que yo no había percibido hasta ese momento. ¿Cómo podía ser que ninguna mujer estuviera jugando en ese frontón? ¿Cómo era posible que en ningún momento de mi vida nadie me hubiera ofrecido calzarme una cesta y probar?

Me quejé del agravio, alcé la voz, y reclamé mi derecho a jugar, aunque fuera tarde. Y, como no podía ser de otra manera, obtuve respuesta inmediata de mi querido padre y mis queridos tíos: si no lo habían hecho antes es…  porque nadie lo había pensado.

los hermanos pedragosa, pelotaris

A la izquierda mi padre José Luis, mi hijo Manu, y mis tíos Carlos, Antonio y Lalo Pedragosa. Todos jugadores aún en activo. Esta primera generación es un motor importantísimo para la cesta punta, y en particular la femenina.

 

Un camino cuesta arriba con final feliz

La conversación no fue baladí, y no pasaron más de 5 días hasta que me probé una cesta que debía pertenecer a alguien del club, me puse un casco de beisbol y entré en la gran cancha por primera vez en mi vida para aprender a pelotear un día a las 8 de la mañana.

Aprender a jugar a cesta no es fácil. Si tienes un poco de paciencia, es entretenido. Y si te sueltas y le pillas el tranquillo, puede ser adictivo. Y aunque yo tenía dejes de bailarina y no era muy hábil, la cesta no solo me divertía y despertó en mí un interés exacerbado, sino también en mi padre que se tomó esta como una aventura interesante y necesaria, y recobró la ilusión del que enseña una pasión.

Entre chascarrillos y a las 8 de la mañana de los sábados (única hora libre que había disponible) comenzamos a practicar con mi padre y mis tíos como profesores.

Y así empezó un recorrido complejo. Por un lado en el nuevo frontón de la Vall d’Hebron no habían huecos para entrenar a gente como yo (o sea, una fémina), y por otro nos topamos con la sorpresa de algunos socios del Club Vasconia que se tomaron la iniciativa a broma. Pero la cabezonería nos pudo, así que nos juntamos un grupo de motivadas (mis primas Gina y Laura, Marga Marcet, Anna Miquel, Bri Scheffer y Mariona Cañís, una niña de 14 años que en un Casal de verano había mostrado dotes supremas como pelotari, pero que se había dado por vencida al no haber espacio femenino) y entre chascarrillos y a las 8 de la mañana de los sábados (única hora libre que había disponible) comenzamos a practicar con mi padre y mis tíos como profesores.

Aquí estoy con Laura Pedragosa, Brigitte Scheffer y Marga Marcet. Diría que es en 1996.

Aquí estoy con Laura Pedragosa, Brigitte Scheffer y Marga Marcet. Diría que es en 2000 o 2001.

 

La voluntad y el tesón empezaron a hacer mella, y las sonrisitas de los primeros días pasaron a convertirse en sabios consejos que acogíamos con interés. Cada cual a nuestro ritmo, seguimos entrenando, empezamos a jugar partidillos, y en las temporadas siguientes se fueron sumando más mujeres como Alba, las dos Irenes, Clara o Elisenda. Y poco a poco, de manera natural, el club se fue adaptando a una nueva realidad y a nuestra presencia. Nos reuníamos con asiduidad y hasta jugamos partidos con otros clubes que habían seguido su propio proceso de transformación. Y después de algunos años ya se podía hablar con rigor de la Cesta Punta Femenina en el Club Vasconia.

Las chicas del club Vasconia y las de Pau en un encuentro amistoso en ese frontón.

Las chicas del club Vasconia y las de Pau en un encuentro amistoso en ese frontón en 2009. Yo en el centro 🙂

 

Aunque alcé la voz, en ningún momento, jamás voy a reprochar nada a nadie. El mundo estaba construido así, como el antiguo frontón del Principal Palacio, que sólo disponía de un vestuario que olía a rayos y al que yo me aventuraba a asomarme de pequeña cuando ya no podía más del aburrimiento.

Pero ahora todo ha cambiado. La Cesta Punta Femenina es hoy ejemplo a seguir. Las chicas del club son unas cracs con mayúsculas y Mariona Cañís (aquella niña de 14 años) no solo es una campeona internacional, sino que coordina la escuela y es vice-presidenta del Club. Mi padre y sus hermanos (con 80 años de media), con mi tío Carlos como presidente, siguen jugando y promoviendo el deporte allá donde van, y por supuesto alentando a la tercera generación de Pedragosas puntistas entre los que curiosamente no hay niñas (tras probarlo, prefirieron la gimnasia o la natación sincronizada).

Aunque ya no puedo jugar (mi rodilla anda con artrosis avanzada y me han prohibido los deportes de impacto), me siento aún íntimamente implicada, porque la cesta punta es algo intrínseco a nuestra familia. Por eso os invito a que la descubráis. Veréis cómo los Pedragosa os recibimos con los brazos abiertos 🙂

 

Una de las últimas fotos

Una de las últimas fotos que tengo con la cesta en la mano en las que estoy con mi padre José Luis, mi hijo Nil (que ahora es más alto que su abuelo) y mi tío Carlos. Mi rodilla no me permite hacer deportes de impacto y ahora me dedico a nadar en el mar. Quizás algún día, con una rodilla de mentira…

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